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Autoetnografía de una pandemia
Autor: Alethia González Montalvo.
Este escrito es un ejercicio por entender/entenderme, tomando como referencia mi propio diario personal respecto a estos días confusos de confinamiento obligado tras la pandemia mundial del COVID-19 en nuestro país.
Marzo 17
La universidad es un caos. Hay poca gente y los y las que estamos en las aulas tenemos un semblante de no entender nada de lo que está ocurriendo. La gran mayoría de las y los profesores nunca ha impartido clases de manera digital. En términos científicos será interesante comprender y analizar dichas readaptaciones de actividad laboral, pero por hoy, al menos entre docentes y alumnado de la carrera de psicología, reina el caos y la incertidumbre de que algo importante se perderá; la interacción cara a cara, las clases presenciales, la riqueza emocional y cognitiva del aprendizaje en directo.
Por mi parte me encuentro positiva, sin animo de romantizar mi confinamiento y mis clases en línea, sé que soy buena para readaptar mi trabajo a los menesteres del hogar. Las personas tímidas y ansiosa sociales se nos da muy bien el encierro y el trabajo individual.
Marzo 19
Pese al confinamiento sigo creyendo que tengo mucho trabajo. Las fronteras entre mi vida reproductiva (hogar) y productiva (trabajo) no son muy claras. Me levanto, hago el desayuno, lavo los trastes, preparo café y mis clases, me conecto a internet, reviso las noticias, me alarmo ante la situación de la pandemia, sigo trabajando, me distraigo con notas superficiales, vuelvo al trabajo, me preparo mentalmente para hablarle a un grupo de 35 jóvenes, me veo al espejo para ver si estoy peinada —o al menos presentable—, doy clases, respiro, me preparo para seguir dando clases. Terminó. Estoy cansada. Tengo que cocinar, lavar trastes. La casa está sucia, pienso en el número de horas que invierto en la limpieza del hogar. Me abrumo. Lo postergo y decido pasear a mi perra que está triste y ansiosa justo como yo.
Estoy afuera paseando a mi perra y la calle es diferente, en primer lugar, las casas se presentan ruidosas; hay música, gente hablando, ventanas abiertas y bullicio al interior. Los patios de las casas son habitados por niñas y niños que corren y juegan con sus perros. Siento que mi perra y yo somos el objeto de su atención, de su chismorreo. No pasa nada, no debo tomármelo personal, creo que en esta situación cualquier persona que camine por las calles es evaluado por los vecinos aburridos de ver Netflix todo el día.
25 de marzo
Estoy bien pero mi cuerpo se siente lento y pesado. No es extraño, mis roomies se la han pasan comprando pan dulce y papitas y mis actividades se reducen a trabajar, limpiar, preparar la comida y comer las chucherías que compran. Trato de comer bien, a veces hasta realizo ejercicio, sin embargo, no deja de torturarme el hecho de que estoy subiendo de peso. Gordofobia interiorizada. Debo comprender que los cuerpos cambian y se transforman, es la materia que simboliza el ritmo de nuestras historias y mi historia es vivir encerrada en mi casa trabajando y comiendo y, paradójicamente, de vivir sin tanta ansiedad y pánico social ¿Será que vivir con ansiedad y depresión es un mecanismo para bajar de peso sin hacer dieta ni ejercicio? Preguntármelo me hace darme cuenta de lo nefasta que resulta mi personalidad. De las violencias sexistas que ejerzo sobre mi propio cuerpo. De no aceptar que mi cuerpo puede cambiar y estar bien, que soy un cuerpo que experimenta una situación atípica y extraña de pandemia mundial que me inmoviliza y cerca en un solo espacio. No estoy caminando para trasladarme al trabajo, no corro para alcanzar el camión, no estoy sudando y moviéndome todo el tiempo en un salón de clase. No estoy con la ansiedad al tope por tratar de tranquilizarme. Estoy viviendo una tranquilidad desde un cuerpo que presenta mayor densidad.
Me siento pesada, pero es normal, solo pienso en leer, escribir, ver alguna serie, molestar a mi perra y gata y seguir limpiando y cocinando. Curiosamente creo que hago más trabajo de limpieza y de cuidados, cuidando a las humanas y humanos de mi alrededor que están tensos, irritables y preocupados por esta situación de pandemia. Hoy por ejemplo me regañaron por no usar el cubre bocas y los guantes de látex cuando voy a pasear a la perra, sienten que los expongo. Creo que no solo les preocupa el contagio del coronavirus, sino contagiarse del pánico que se vive en las calles, del miedo que vive la gente, del silencio que resuena allá afuera y que podría colarse en mis tenis y entrar a nuestra casa absorbiéndolo todo.
3 de abril
Tengo la intención de desarrollar muchos hábitos positivos clichés como hacer ejercicio, comer sano y desarrollar algunas habilidades como leer más libros y escribir, en pocas palabras lograr ser muy productiva a pesar del encierro. Cabe destacar que ninguno de estos deseos se ha logrado, por el contrario, creo que me detengo más a la autoconmiseración, a pensar en mis ansiedades y mis defectos. En revisar mis redes sociales y hacer el ejercicio continuo de compararme con otros cuerpos que seguramente también se sienten igual de vulnerables, frágiles y derrotados ante esta pandemia.
5 de abril
Desde hace 15 días me duele la garganta. Estoy asustada, siento congestión nasal, y en actitud desesperada me tomo la temperatura cada hora. Todo está bien, pero me alerta escuchar las historias de muertes y el cuadro de síntomas de la pandemia que es repetida y repetida por los medios de comunicación. Estoy harta de que todo el tiempo me sienta en una película japonesa de ciencia ficción; Italia registra 15 mil 362 muertes, Estados Unidos 8 mil 648 y México 125. Quizás en el caso de nuestro país el número de decesos no representa un peligro sanitario o demográfico, pero creo que saber que estamos lidiando con un enemigo invisible que tiene el potencial de cambiar nuestras condiciones de existencia y por lo tanto nuestro sentido de normalidad, me hace creer que nos sentimos colectivamente abatidos, agotados y defraudados, pues sabemos que nuestra tan anhelada normalidad no va a llegar nunca y que nuestras prácticas cotidianas irremediablemente cambiarán. Quizás las que estamos en la cuerda floja entre pertenecer a un estatus de clase media trabajadora y caer a la clase baja estemos en un punto muerto sin probabilidades de movilización social. Espero me equivoque.
6 de abril
Esta mañana salí con mis roomies a comprar el mandado de dos semanas. En total gastamos más de 3 mil pesos. No puedo dejar de pensar que si bien mi condición de trabajo en casa es una situación privilegiada la organización y la gestión de mi economía no lo es, cada centavo y peso debe estar justificado, y cualquier gasto recreativo y de ocio no tiene cabida ahora en mi nueva economía de la precariedad. El dólar sube y la renta en dólares no toma descanso. En ocasiones pienso que tengo que dejar de pensar en mi ego y mi necesidad de aferrarme a los saberes de mi profesión para trabajar en roles laborales que resulten más productivos. Creo que definitivamente una meta post COVID-19 será buscar empleos más redituables que me permita construir la autonomía feminista que necesito y anhelo.
También cuando me asumo y pienso desde mi rol de socióloga feminista pienso en las violencias que muchas mujeres deben de estar viviendo ahora al estar confinadas con su principal agresor. El machismo no descansa. Hoy más que nunca creo que debo concentrarme en idear formas de crear fisuras y grietas en las estructuras de poder patriarcal. Sin embargo, es difícil alzar el puño feminista cuando estás lidiando con tus propias violencias estructurales y crisis mentales. Espero que por lo menos este ejercicio de escritura me recuerde que mi luz no se apagado y que pese a la depresión crónica que experimento puedo alzar mi voz y encontrarme en la escritura, recodarme que puedo conectar con otras personas en existencia y resistencia.