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El club de los monstruos
Autor: Yaya Juárez

El horror tiene la característica de arrojarnos a lo desconocido, recordarnos que el mundo es un lugar extraño y los monstruos por muy raros y exagerados que se muestren en pantalla siempre nos recordarán una condición propia de la realidad y de nosotros mismos. En la película el club de los monstruos de 1981 dirigida por Roy Ward Baker nos muestra la historia de un escritor de novelas de terror llamado R. Chetwynd-Hayes que es mordido por un sediento vampiro llamado Eramus protagonizado por Vincent Price. Una vez que el vampiro ha saciado su sed le ofrece una invitación en agradecimiento a un selecto club de monstruos.
El selecto club que parece cualquier bar de la zona centro de Tijuana reúne a todos los monstruos de las películas clásicas de terror disfrutando de ricos cokteles y una banda de punk-rock en vivo. Entre bailes y bebidas, el vampiro Eramus y el escritor comienzan a charlar sobre la naturaleza de los monstruos y su condición biológica. Mediante un árbol genealógico el vampiro amablemente va describiendo el origen y evolución de los fantasmas, hombres lobo, vampiros. Cada entidad es presentada por medio de tres historias, la primera trata sobre un hombre medio vampiro medio hombre lobo que forman parte de la jerarquía más baja de los monstruos el cual tiene el poder de un silbido fulminante. El aspecto de este monstruo es a primera vista el de un hombre común, algo reservado, nervioso, ojos un tanto saltones, ceja prominente y tez pálida, no atractivo para la moda de la época. La segunda historia presenta una familia de vampiros muy amorosa los cuales son acechados por un grupo de cazadores vestidos de negro. Y la tercera historia nos muestra como un director de cine encuentra la localización perfecta para su película en un pueblo perdido por una autopista transitada. El pueblo estará habitado solamente por muertos vivientes y el monstruo que la protagoniza es una adolescente producto del cruce entre un fantasma y un ser humano.
Al final, el vampiro Eramus le comenta al señor R. Chetwynd-Hayes que podría utilizar estas historias en sus cuentos de terror ya que según él las historias que le ha contado en el transcurso de la noche tienen moral, nada de desnudos y poca violencia. El Señor R. Chetwynd-Hayes que en repetidas ocasiones mostraba impaciencia por querer abandonar dicho club le comenta nuevamente que debe retirarse. Sin embargo, el Vampiro Eramus le detiene un poco más alegando que le ha caído tan bien que quiere proponerlo como miembro del club. A lo que el buen Señor R. Chetwynd-Hayes rápidamente responde “Pero yo no soy un monstruo” el Vampiro Erasmus lo ve con una sonrisa algo siniestra y le comenta que él es el mayor monstruo de todos, lo que deja desconcertado al humano. El vampiro Eramus le habla rápidamente al señor secretario del buró quien es un hombre lobo para que dé permiso y aprobación al señor R. Chetwynd-Hayes de formar parte de la asamblea de los monstruos. El hombre lobo desconcertado y queriendo negar dicha petición, expone que el señor R. Chetwynd-Hayes no puede formar parte, ya que es un humano. A lo que el vampiro rápidamente replica “sí, pero ¿acaso podemos llamar esto un verdadero club de monstruos si no contamos entre nuestros miembros con un solo ser de la raza humana?” Todos los monstruos del bar comienzan a prestar atención y un tanto molestos por la petición del Vampiro le reclaman que es una tontería, los humanos no saben hacer nada y ¿qué es lo que pueden hacer? A lo que el Vampiro Eramus contesta ¿Qué no saben hacer nada?:
Durante los últimos sesenta años los humanos han exterminado a más de ciento cincuenta millones de seres de su propia especie, no se han ahorrado esfuerzo alguno para alcanzar esa astronómica cifra y los métodos que han utilizado deben provocar nuestra mayor admiración. Como todos saben muy bien los humanos empezaron con ciertas desventajas muy serias pero las superaron con maravilloso ingenio, no teniendo colmillos ni garras ni siquiera un silbido que mereciera la pena inventaron armas, tanques, bombas y aviones, campos de exterminio, gas venenoso, dagas y espadas, bayonetas, trampas, bombas atómicas, misiles voladores, submarinos, barcos de guerra, transportes aéreos y automóviles, incluso han perfeccionado un proceso por el cual pueden difundir una enfermedad letal en cualquier parte de este planeta, por no hablar claro del poder nuclear. Durante su corta historia, los humanos han dado muerte a otros humanos, quemándolos, colgándolos, decapitándolos, estrangulándolos, electrocutándolos, fusilándolos, ahogándolos, aplastándolos, torturándolos, destripándolos, y con otros innumerables métodos que revolverían los delicados estómagos de esta asamblea.
Los monstruos asombrados segundan la petición y entre aplausos le dan la bienvenida al señor R. Chetwynd-Hayes al club dando final a la película. .
Humano, demasiado monstruo
Si bien, el vampiro Eramus supo identificar a la perfección la monstruosidad de la raza humana, la cual a través del tiempo siempre ha querido dominar y someter tanto a sus semejantes como a la naturaleza, así mismo, sabía que el señor R. Chetwynd-Hayes como buen humano perteneciente a la cultura occidental no sería capaz de reconocerse bajo un categoría de inferioridad como lo es el monstruo, las grandes religiones monoteístas, en especial la cristiana, han colocado al hombre como centro de toda la creación. El hombre como representante de Dios en la tierra tiene el derecho a hacer suyo todo lo que existe y debe ser bello ya que esta hecho a su imagen y semejanza. Ahora podemos comprender la expresión sorpresiva del señor R. Chetwynd-Hayes “Pero yo no soy un monstruo” que sonaba a desdén.
La idea del monstruo desde la edad media hasta nuestros días representa lo grotesco, la fealdad, la maldad, un error de la naturaleza, parte hombre parte animal, aquello que Dios ha abandonado, su desproporción es una muestra de su perversidad. Platón en su obra el Fedro nos dirá que la belleza consiste en el orden, la medida, la proporción y por supuesto la armonía, en ese sentido el universo, la realidad y la naturaleza son una obra de arte que es causa y origen de las cosas bellas que se manifiesta en los cuerpos y a nivel espiritual en las almas que podemos percibir en la personalidad y en las acciones. Por lo que la idea de belleza en Platón esta relacionada con el bien y la verdad.
Entonces siguiendo la idea de Platón si lo bello representa el bien la fealdad debe representar el mal. El monstruo entonces representa otro espejo de lo humano, lo que siempre se quiere ocultar es su condición de un animal más en la naturaleza, que lo aleja de su divinidad y que lo despoja de su justificación para satisfacer sus deseos y necesidades por medio de la violencia, “El homo sapiens es virtualmente el único animal que carece de resguardos instintivos contra la matanza de miembros de su propia especie. La « ley de la selva » conoce solamente un motivo legitimo para matar: la necesidad de alimentarse, y solo con la condición de que el depredador y su presa pertenezcan a diferentes especies” (Koestler, Arthur, 1983. En busca de lo absoluto.).
La idea del monstruo que se ha representado en el cine a través de los años tal vez no solo sea el reflejo de la imaginación y los miedos colectivos producidos en cada época, sino del temor del ser humano a no pertenecer a algo superior y espiritual, es por ello que los monstruos siempre son un castigo o un efecto incluso del pecado que nos asecha y nos atemoriza olvidando que todo lo que existe es parte de nosotros, incluso la fealdad. Sin embargo, puede que la mayor monstruosidad sea nuestra propia condición humana incapaz de reconocerse.