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El efecto lucifer: el mal, la brutalidad policial y agresiones en los estadios.
Autor: Wizard

“Cuando un policía le dispara a un hombre negro inocente, siempre dicen lo mismo: bueno, no son todos los policías, solo son una cuantas manzanas podridas… pero hay trabajos que no pueden tener manzanas podridas… Por ejemplo, los pilotos. No puedes decir: a la mayoría de nuestros pilotos les gusta aterrizar. Solo que tenemos unas cuantas manzanas podridas que le gusta chocar con las montañas.”
Chris Rock.
¿Cuál es el origen del mal?
La maldad consiste, explica Philip Zimbardo, en obrar de manera deliberada para dañar a alguien o alentar a que otros obren así. Me parece importante apuntar que también la maldad se puede reproducir o alentar. Muchas veces hemos incitado al otro en el aula que ocasione un mal, pero, como dicen los abuelos, “tanto peca quien mata a la vaca como el que agarra la pata”.
Probablemente todos nos preguntemos: ¿seremos capaces de hacer el mal? Tal vez nuestra primera respuesta sea que no. Pero debemos recordar esos momentos hemos actuado sin pensar o “fuera de nosotros”.
¿La maldad es algo individual o social? Debemos entender que hay dos cosas que van de la mano: la personalidad y la circunstancia.
El experimento de Stanford.
El experimento de la prisión de Stanford fue llevado a cabo por la dirección de Philip Zimbardo. Entrevistaron a estudiantes que no tuvieran antecedentes criminales y que estuvieran con una salud mental estable. En su mayoría eran estudiantes que iban a recibir un pago por día dentro del experimento en el que simularían una prisión. Recuerden: personas “buenas”: sin antecedentes psicológicos, médicos ni criminales. Algunos iban a ser carceleros y otros presos. El rol era designado de manera aleatoria.
Los policías no podían quitar sus gafas ni su uniforme. Esto les daba anonimato. Por su parte, los presos, no tenían nombre, solo número. Solo podían llamarse por el número entre ellos. Ambos fueron despojados de su identidad, de lo que ellos son como individuos: los guardias lo perdían en el anonimato y el poder que ejercían, y los presos como simples números que debían repetir cada cambio de turno mientras realizaban el conteo.
En el primero día comenzaron los problemas y en cada conflicto se fortalecían los roles y la identificación con el grupo. O sea, los presos eran más presos y se identificaban con los presos y los guardias cada vez más guardias.
El primer momento que hacemos para ejercer el mal sin culpa es deshumanizar. Después de quitarles su nombre y ponerles número, se vuelven algo abstracto, algo no-humano. Ya no estoy agrediendo a Carlos que tienen un padre e hijos, ahora agredo al 536. Recuerden cómo cuando vemos las noticias en Tijuana sobre 15 asesinados en un día no podemos generar un sentimiento de empatía. Pensemos en quiénes de los habitantes del planeta han sido despojados de su humanidad: migrantes, negros, indígenas, mujeres, personas trans, personas neurodiversas, personas con distintas capacidades, etc.
Ahora que el juego de roles se vuelve real, la experiencia de la cárcel es real. Tanto guardias como presos han tomado esta simulación tan en serio que ambos han fortalecido sus roles: los guardias con castigos por puro capricho con la finalidad de que no se salgan de control y los presos entre las órdenes de los guardias y las ganas de rebelarse.
Imaginen que no han comido bien, que los despiertan cada cambio de turno y los hacen cantar sus números, los hacen hacer abdominales y lagartijas cuando se equivocan o cuando desentonan. Se van identificando con los presos. Esto nos dice que cuando nosotros jugamos un papel dentro de una dinámica social, el juego del papel puede sobrepasar nuestros valores morales al grado de hacer el mal. Recuerden cuántas veces no hemos hecho algo que dentro de nuestro valores morales está mal, pero el grupo pudo más que nosotros.
Lo primero que diremos después de hacer el mal es: se lo merecía. Y posteriormente diremos que le pasó por ser sucio, de cierta etnia, con cierta orientación sexual, por ser migrante, por rebelarte aunque tengas razón. En el momento que pensamos eso, ya hemos deshumanizado al otro. Aquí la agresión tiene la finalidad del castigo, de la corrección. Lo reprendo para que corrija su conducta. Pero, en un momento del experimento, los guardias hacían cosas que no tenían ninguna finalidad. Empezaron a desarrollar castigos cada vez más creativos y aleatorios que no tenían ninguna finalidad práctica salvo demostrar que ellos mandan y que se debe hacer lo que ellos dicen.
El estadio.
El sábado 5 de marzo sucedió una tragedia en el estadio de “la corregidora” en Querétaro. El ver las imágenes me conmovieron muchísimo. Es un deporte con el que no simpatizo, sin embargo puedo entender ser un aficionado. Pero esto sobrepasa cualquier otra cosa.
La primera imagen que me sorprendió fue cuando una persona ensangrentada pide por favor que pare la agresión. Agotado de huir, esconderse y recibir golpes. Zimbardo menciona algo sobre las imágenes de la guerra de Irak y Afganistán donde los soldados estadounidenses habían torturado a presos de guerra, humillado y expuestos en fotografías: me conmovieron pero no me sorprendieron. El experimento de la prisión de Stanford ya nos había mostrado esta maldad.
¿De dónde viene ese mal? Podemos entender, aunque no justificar, el castigo corrector: castigar a alguien para que no vuelva a realizar una acción dañina para el otro. Pero, si ya tienes a los presos de guerra, ¿qué hace que los tortures? ¿Qué ganas?
¿Cuál es la finalidad de agredir a las personas que apoyan a otro equipo? ¿Qué ganas? Entiendo la idea de una barra peleando por otra de manera consensuada, aunque no justifico, pero no puedo entender la tortura a personas ya inconscientes. No es una agresión que corrija, porque la agresión no busca que le vayan a mi equipo o que dejes de apoyar a los soldados de tu país. Es otra cosa. Tal vez mostrar que tienes el poder.
Los cuerpos ya sometidos son desnudados. ¿Qué significa eso? Porque eso es una muestra de algo, es para demostrar algo, para dar un mensaje. Así como los guardias hacen cantar solo por gusto a los presos, una barra agrede y tortura.
En el momento que portamos una camisa de futbol nos identificamos con un grupo y cumplimos sus reglas al grado que muchas de las acciones realizadas van en contra de sus valores morales. Esa playera los da el anonimato necesario para agredir sin ser visto: solo es alguien del equipo. Y a ello le sumamos que el otro, el preso, el migrante, el equipo contrario, carece de humanidad.
Quien ejerce la violencia es muy probable que la ejerza desde el anonimato que ofrece el grupo. Los guardias cubrían sus ojos, su rostro y portaban el uniforme, perdieron su identidad y se apegaron a las normas del grupo. Recordemos aquí como los militares y los grupos del crimen organizado usan el rostro tapado y usualmente los mueven de la región donde son para que no se identifiquen con las víctimas. De la misma forma, las agresiones sexuales vienen desde el anonimato, de la protección de la manda, de la cultura, del nadie va decir nada porque todos somos lo mismo. Somos el mismo grupo.
¿Usted hasta qué hace el mal o deja que suceda?