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El espejo de la bruja

Por: Yaya Juárez

Los limites no están permitidos, no existen los limites

- John Lily, El centro del ciclón


Es octubre y me parece pertinente escribir sobre una película mexicana del género de terror de 1962 dirigida por Santiago Eduardo Urueta mejor conocido como “Chano Urueta”. Gracias a su conocimiento literario logró crear grandes adaptaciones y por supuesto películas de terror dignas de revisar, saborear y ¡porque no! hasta crear ensayos con un desliz filosófico. El guion fue escrito por Alfredo Ruanova y el director y guionista Carlos Enrique Taboada creador de obras de culto en el género del terror de las cuales comentaremos seguramente más adelante.

El espejo de la bruja nos muestra una particular historia sobre una mujer llamada Sara interpretada por Isabela Corona, Sara es una bruja que trabaja de ama de llaves en la casa de una pareja, Elena y Eduardo. Eduardo es un cirujano, un tipo con facha arrogante e insatisfecho en su matrimonio, por otra parte, Elena es hermosa pero abnegada. Sara, la bruja tiene un espejo que le ayuda a conocer el porvenir y advierte a Elena que su esposo planea asesinarla pues desea a otra mujer y quiere desposarla.

Elena queda advertida pero como buena esposa no actúa, Sara intenta buscar ayuda por medio de un conjuro para protegerla pero las fuerzas a las que invoca le advierten que no puede alterar el destino. Eduardo hace evidente que aborrece a su esposa a pesar de que ella intenta complacerle, le da a beber un vaso de leche con el cual la envenena. Al poco tiempo Eduardo trae a su nueva esposa llamada Deborah, una mujer atractiva y un tanto ilusa que al igual que Elena intenta complacer en todo a Eduardo, poco a poco Deborah comienza a notar la presencia de Elena en la casa, en pequeños detalles como el cuarto de la difunta y el gran espejo que hay en la habitación, lo que Deborah y Eduardo no saben es que Sara la bruja, busca vengarse por la traición cometida trayendo el espíritu de Elena desde la muerte para molestar a la nueva pareja.

Eduardo en un acto de malestar de conciencia comienza a ver a su difunta esposa a través del espejo de la habitación y en un arranque de ira arroja un candelabro al mismo, pero en un giro inesperado el acto se reversa hacia Deborah quemando su cuerpo. Deborah queda desecha cubriendo su rostro y cuerpo con horribles vendas y harapos. Eduardo jura a Deborah que encontrará la solución para devolverle su belleza. Eduardo al ser cirujano comienza a robar cuerpos de jóvenes hermosas para reconstruir a Deborah y según él poder vivir su amor. Robar cuerpos no es cosa fácil y tomemos en cuenta que en la época de Eduardo la medicina y la ciencia eran todo un caso, profana tumbas y guarda en el fondo de su castillo bellezas mutiladas y conservadas para coser y reconstruir a la nueva Deborah. La cosa se pone difícil cuando la policía comienza a sospechar que hay tumbas profanadas. Deborah está ansiosa porque su marido le devuelva el único encanto que tiene, su belleza, y justo cuando están a punto de comenzar con la cirugía, Sara la bruja se las arregla para que el espíritu de Elena se pose en algunas de las partes adheridas a Deborah.

Deborah recupera la belleza gracias a los cuerpos robados por su marido y de repente comienza a sentir que las manos no le obedecen, es ahí cuando de manera involuntaria las manos de Deborah guiadas por Elena matan a Eduardo. La policía llega, guiados por Sara la Bruja y descubren los cuerpos y todo el desastre que Eduardo causo por amor a Deborah. Al final podemos ver a la policía acorralando a la única testigo que es Deborah, atrapada voltea hacia el espejo que yace junto a ella para descubrir que su fealdad nunca la abandono.


El amor, la belleza y otras falsedades

La realización del hombre siempre se ha asociado con el conocimiento, el hombre es un proyecto que se define a través de su trabajo, hazañas y por supuesto de su autorrealización. A través de nuestros modelos culturales y una larga cadena de figuras religiosas y morales me hace pensar en ¿Cuál es la realización de la mujer? La respuesta que me viene a la mente es el amor, el amor que se auto realiza a través del matrimonio. Si usted duda de mi deducción lo invito a revisar con atención las historias protagonizadas por mujeres en donde a pesar de portar pistolas y pantalones (ajustados) la finalidad es alcanzar el amor. La venganza moralmente es considerada un acto despreciable, sin embargo, si se justifica una buena causa se le puede considerar hasta un acto heroico. Podemos ver la narración de grandes hazañas de hombres valientes luchando, matando por que el honor fue burlado. La mujer por otra parte, cuando se le interpreta buscando venganza se le retrata como un ser que no ha terminado de aceptar su destino, algo neurótica, poco equilibrada y por supuesto nada racional, es decir una loca y ¡porque no! Una bruja.

Sabemos que los mitos, la literatura y el cine nos han representado la figura de la bruja como un ser mezquino y horrible (en algunas ocasiones en cuerpos y rostros hermosos, pero malditas al final) una mujer calculadora y por supuesto con poder para hacer cumplir su voluntad. Algo peligroso si usted considera que la mujer es un ser sensible y con poco uso de razón, guiada sólo por sus pasiones (si usted considera esto último como cierto, haga caso omiso de lo que vaya a escribir después).

El amor ha sido la doctrina por excelencia en la educación de la mujer, hasta ha formado parte de nuestros juegos infantiles, cuidar la casa, mecer al bebé, ser la princesa, entre muchos otros. Acaso ¿en el amor radica nuestro honor? Si no somos objeto de amor ¿Qué otro papel tenemos permitido jugar?

Sara la bruja y Elena, la esposa traicionada son representadas por las tinieblas, las fuerzas oscuras y el horror. Nosotros, seres pensantes podríamos llegar a la conclusión de que tanto Sara como Elena pudieron haber gastado sus fuerzas en algo más provechoso, como el utilizar la magia para dejar de ser ama de llaves y quedarse con la mansión, o descansar en paz y olvidarse del esposo mal agradecido. Sin embargo, pensemos que todo el esfuerzo por hacerle la vida miserable a Eduardo y a Deborah se justifica cuando se piensa que la realización personal está en juego. ¿Qué sentido tenía la vida de Elena, además de complacer a su esposo ególatra?

El amor no es el único lastre de la mujer, también la belleza. Sabemos que lo que se considera bello o atractivo está sujeto a un conjunto de cualidades populares y depende de lo que dicte la época. Erich Fromm en su obra “El arte de amar” nos dirá que lo atractivo depende de la demanda en el mercado de la popularidad y que las relaciones amorosas siguen el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo. Ahora bien, siguiendo a Fromm, Eduardo piensa como objeto de su amor a Deborah y no busca realizar su facultad de amor en ella, buscaba apropiarse de Deborah construyendo el objeto de su amor propio a través de la pedacería de cuerpos hermosos. Su felicidad consistía en adquirir su placer y por supuesto en ser amado. Y como Erich Fromm menciona en su obra, todos estamos sedientos de amor, sin embargo, nadie piensa que hay algo que aprender acerca del amor, es decir, se piensa que el amor consiste en ser amado y no en la capacidad de amar. Sin duda el amor es un arte, tiene su práctica y debe permitirnos preservar nuestra integridad, individualidad y hasta conducirnos al autoconocimiento.



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