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El Renacimiento y las mujeres, Renacer y transgredir.

«En un pequeño convento, lejos de toda práctica la hice educar de acuerdo con mi política, es decir, ordenando los cuidados imprescindibles para volverla tan tonta como fuera posible». MOLIÈRE, La escuela de las mujeres.
Por: Paola Juárez
Estamos haciendo un recorrido histórico por los movimientos, contextos e ideas con los cuales la figura de la mujer en la sociedad ha ido siendo cada vez más notable, revisamos en el artículo anterior cómo eran vistas las mujeres en la antigüedad, al menos en algunas famosas y monumentales civilizaciones humanas, leíamos que la mujer, su figura, su imagen o su personalidad y carácter han sido relegadas históricamente en contraposición a la de la figura masculina, nos dimos cuenta que en realidad, la mujer era vista como una vasija en la cual crear y depositar hijos que forman una familia, una sirvienta que atiende al padre y a los hijos, una cocinera que los alimenta y se encarga de su bienestar, al parecer, muy madura para estos deberes, pero una niña para poder votar y ser considerada una ciudadana, una criatura indefensa por su cuerpo débil y una ignorante que no puede heredar o poseer bienes sino es bajo la tutela de un hombre.
Vamos a revisar en esta entrega cómo van cambiando las situaciones (aunque no totalmente, sólo en algunos destellos de libertad) mujeres clave en el Renacimiento que de tiempo en tiempo y paso a paso nos han dado aires de libertad que continuamente se ven amenazados incluso en nuestros tiempos.
Es evidente que la creación y manufactura de la imprenta en 1450 fue un gran y gigante paso que logró que los libros, pensamientos, panfletos e ideas pudieran conservarse hasta nuestros días, recordemos que antes de este invento, para conservar el conocimiento escrito se recurre al trabajo de los copistas que generalmente eran monjes encargados específicamente de este trabajo, que consistía en copiar a mano los libros que eran considerados importantes en aquella época, es fundamental mencionar que a menudo borraban y escribían encima lo que para ellos no era digno de conservarse, ellos aprobaban o prescindían de lo que había de conocerse y la situación no cambia tanto con la invención de la imprenta, porque lo que se imprimía debía tener el permiso de la autoridad política, la del Rey, todos los ejemplares eran enviados a él para su aprobación y se quedaban en su propia biblioteca, eso hizo que muchos libros escaparan de la destrucción y además, lo que nos importa aquí, se conservaron algunas ideas, textos y pensamientos de ciertas mujeres escritoras de aquella época que sin duda se hacían oír desde sus fragmentos, nos menciona Séverine Auffret en su libro “La gran historia del feminismo” que “mucho antes del Renacimiento europeo, había mujeres (y hombres de ideas «feministas») que escribían: Aspasia de Mileto, Eurípides de Salamina, Hipatia de Alejandría, Perpetua de Roma, místicos sufíes, trobairitz occitanas, poetas medievales debidamente apreciadas y celebradas por sus amantes-amigos, sabias abadesas, «Hermanas y Hermanos del Libre Espíritu», beguinas y begardos edenistas y a veces hedonistas, iluminadas mártires… y quemadas. Esas mujeres y esos hombres defendían, aunque no siempre la formularan explícitamente, una afirmación plena de la mujer actuante, hablante, pensante, inventora y creadora, que participara de pleno derecho en todos los aspectos de la cultura humana. La mayoría de sus escritos, como los versos de Safo y de la chantefable de Aucassin y Nicolette, se salvaron por milagro, y muchas veces quedaron reducidos al estado de fragmentos y de palimpsestos: textos borrados, reescritos, sobrescritos, fraccionados”.
Es así que algunas pensadoras reclamaban y demandaban desde comienzos muy tempranos del Renacimiento, la salida de este claustro mental en el que los hombres pretendían que la mujer continuara, con la escritura de estas mujeres se va vislumbrando una reflexión de su condición, una escritura a través de su propia existencia, de sus propios sufrimientos, de su condición de Otredad, una exigencia por la igualdad de derechos como la igualdad de instrucción (porque a las mujeres no se les tenía permitido asistir a la escuela, educarse, aprender y sobresalir en inteligencia a un hombre), igualdad de derechos a los bienes materiales, a la autonomía sentimental (ellas no podían elegir con quién casarse, en su mayoría eran utilizadas como bienes de cambio entre familias para perpetuar poder, dinero, status, apellidos… situación que tristemente aún sigue sucediendo pero meramente por motivos de sobrevivencia y un poco de beneficio económico, ya no se trata de poder, apellidos o status) hasta la autonomía sexual (tenían que querer tener sexo con sus esposos, así que técnicamente podríamos decir que la violación dentro del matrimonio era bastante normal) a la expresión artística entre otros.
“La historiadora Jeannette Geffriaud Rosso registró en Francia, en el siglo XVII , 143 libros de autores de ambos sexos sobre el tema de la feminidad, la «cuestión de las mujeres» o la diferencia de los sexos, pero en el siglo XV francés, dice, hubo más de cincuenta. La perspectiva feminista no esperó el siglo XX , y ni siquiera el XIX , para hacerse oír, y las mujeres no siempre constituyeron ese «segundo sexo» dócilmente sometido a un presunto «primer sexo». No solo escribieron y pensaron, sino que a menudo actuaron como agentes y sujetos de la historia, aunque la ciencia histórica oficial se ingenió para minimizar su papel o negarlo”. La época del Renacimiento entonces instaura nuevos aires que hacían posible ir poco a poco rompiendo con un pasado opresivo, escribían y transgredían a través de sus pensamientos, Christine de Pizán fue la primera escritora francesa que vivió de su pluma, algo bastante difícil de lograr, incluso para un varón y en ella se reconoce a la precursora del feminismo occidental, además de ella está otra autora y ensayista francesa con dos textos bastante polémicos. “Igualdad de los hombres y las mujeres” (1622) y “Agravio de las damas” (1626) esa mujer fue Marie de Gournay “fue la primera mujer de letras que eligió deliberadamente el celibato para llevar una vida individual autónoma, la «primera intelectual» en el sentido actual de este término: alguien que se lanza a la arena pública de los debates de su tiempo. Montaigne relata que ella derramó su sangre pinchándose el brazo con una horquilla de cabello para demostrarle la fuerza de su sentimiento”.
Aún así y con ciertos avances de mentes de mujeres pensantes no era suficiente para promocionar un cambio, las mujeres seguían recibiendo, por parte de los hombres, un trato paternalista, menciona Auffret que “Diderot critica tangencialmente la «crueldad de las leyes civiles», que han tratado a las mujeres «como a niñas tontas», pero no cuestiona demasiado ese trato: «¡Oh, mujeres, son ustedes niñas verdaderamente extraordinarias!». Desarrolla con una sensibilidad tierna y conmovedora lo que se puede llamar un diferencialismo machista mezclado con una pizca de paternalismo, que se encontrará más claro en los «filósofos del respeto» (Kant y Rousseau), cuya formulación más importante es: «Las mujeres no son como nosotros»”.
Referencia bibliográfica:
Auffret, S. (2018) La gran historia del feminismo. De la antigüedad hasta nuestros días.
Yaya Juárez, 2021, "Mujeres en la historia 2". Fotografía