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Historia de racismo
Autor: Alethia Montalvo
El día de hoy iba entregar otro escrito pero decidí cambiarlo y hablarles de un tema relevante en la escena pública como lo es el “Black lives matter”. Más que ofrecerles una catedra histórico del racismo en Estados Unidos para comprender los sucesos que vemos por televisión y redes sociales, me gustaría enfocarme en la responsabilidad que nos toca a nosotras y nosotros jóvenes fronterizos; en localizar los cimientos de nuestro racismo encarnado que tienen lugar en un país que niega e invisibiliza sistémicamente a la población afrodescendientes, aludiendo además de que en México no se vive racismo. “Tendremos graves problemas sociales, pero racismo no”, dicen por ahí algunos influencers y gente de opinión en las redes sociales.
No hace mucho, antes del confinamiento, el conteo nacional 2020, llevado a cabo por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, me sorprendió cuando la entrevistadora en turno me preguntó si me consideraba afro mexicana, afrodescendiente o negra. La pregunta me descolocó, titubeante, pero al mismo tiempo orgullosa le dije que sí, que era afrodescendiente por parte de mi papá. Honestamente me cuesta identificarme como afro sí mi piel es mayoritariamente clara gracias a que mi papá se empeño como proyecto de vida casarse con una mujer de piel muy blanca y ojos verdes. Le recuerdo decir que así iba mejorar la raza para sus hijas e hijos, que iba romper con la tradición de violencias y agresiones vividas por su color de piel. Su mamá, mi abuela materna, también es de piel clara, pero se casó joven con un afro mexicano en la costa de Oaxaca. Los hermanos de mi papá, incluido él, tienen su piel color canela. Les requirió mucho esfuerzo, dolor y coraje llegar al lugar donde están ahora. Mi papá casi no lo menciona, pero sé que una de las causas por las que migramos a una ciudad tan lejos de su tierra, fue por las violencias racistas que la familia de mi mamá constantemente lanzaba en contra de él, además del racismo vivido en su trabajo.
Menciono todo este linaje familia y herencia afro mexicana porque a propósito de las manifestaciones legitimas de la población afro en Estados Unidos, creo que nos toca a nosotro(a)s reflexionar y cuestionar nuestro propio carácter racista que ejercemos a las personas de los pueblos indígenas y de las comunidades afro mexicanas en nuestro país. Además de que lamentablemente en este país pobreza y color de piel van de la mano. Es una realidad relativamente cierta que las personas blancas tienen privilegios de clase y habitan los espacios más agradables y verdes de una ciudad. Lo que les platico no es nada nuevo, muchas y muchos activistas han alzado la voz señalando este problema, organizando y presionando a los gobiernos en turno para que volteen a ver a las personas invisibilizadas por este sistema colonial y racista que constituye nuestro Estado mexicano; otras organizaciones en cambio, desde la autogestión y la autonomía, están abanderando resistencia y reflexionando desde su propia trinchera en relación a cómo pueden generar horizontes de justicia social para los y las suyos.
Mi reflexión también va de la mano en que reflexionemos nuestra propia historia con el racismo, de que escarbemos en nuestros árboles genealógicos e identifiquemos a nuestras y nuestros ancestros de pueblos originarios, indígenas, afros, negros, asiáticos, toda aquel que se ubique fuera de los márgenes de la blanquitud. Que no sea el típico abuelo, tío, tía abuela que migró de España o de Argentina que conoce al mexicano o a la mexicana mestiza, se casa, tienen hijos, y pum, “mejora la raza”. Seguramente en dicha historia también se esconde un abuso o una violación del patrón blanco a la trabajadora indígena, mestiza o negra, por lo que la violencia y el trauma histórico se cruza con las opresiones de género y raza.
Entiendo que es horrible y traumático pensar en esos escenarios, pero son reales y merecen ser visibilizadas para que comprendamos los cimientos de poder y violencia encarnados en nosotras y nosotros, para que comprendamos nuestra historia de racismo. También en estas líneas quiero dejar en claro que un horizonte de lucha necesaria sin duda es cuestionar nuestro propio proceso de racionalización, pues “lo blanco” es una construcción social. La diferencia es que a nosotras y nosotros nos da ventajas sociales como obtener un mejor empleo y sueldo, mayor facilidad de ascenso social y, sobre todo, no vivimos discriminados y rechazados, no somos representados por medio de estereotipos marginales, no somos vistos y vistas como lo “no humano”, lo inferior. Pensemos en todos estos mensajes propuestos por la televisión, el cine y la publicidad que asocian la negritud con servilismo; el esclavo buena onda o la esclava sexualmente precoz, la erotización de la población negra es una realidad que vemos hasta nuestros días. Por eso el tema del racismo es actual y es global y no solo concierne a Estados Unidos si no a todas y a todos. Debemos alzar la voz ante estas injusticias y auto revisarnos críticamente para comprender las maneras en las que hemos ejercido violencia racista en contra de otros cuerpos. En preguntarnos acerca de la blancura, qué es fuera de un fenotipo de piel más claro. Comprender el componente ideológico detrás del color de la piel. Lo blanco como un dispositivo de poder que jerarquiza a los sujetos en inferiores y superiores, entenderlo es clave para comprender las bases de la injusticia social. Por qué asociamos blanquitud con lo bello, por qué aspiramos a cada vez blanquearnos más con los filtros de Instagram, por qué negar nuestra herencia negra.
Cuando era niña me avergonzaba mucho de que mi papá fuera por mi a la escuela, temía que se burlaran, que lo vieran entrar con sus pantalones sucios y su camisa llena de sudor por el trabajo duro en las calles como comerciante de productos de carros. Pero lo que más me daba miedo era que se dieran cuenta de que mi papá era afromexicano. Lo que les platico es una probadita de mi historia personal con el racismo. ¿Puedes reconocer las tuyas?