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La Castañeda 1910-1968: el manicomio del Porfiriato.
Autor: Rocío Rodríguez Domínguez

Para finales del siglo XIX la población de personas enfermas de locura en México iba en aumento. Esto provocó que la elite se preocupara por la creación de un manicomio que diera una atención de calidad a sus familiares. El gobierno de Porfirio Díaz se encargó que el nuevo hospicio tuviera los estándares científicos del positivismo y la estructura arquitectónica del modelo esquiroliano que dieran un beneficio al paciente en su proceso de recuperación en dichas instalaciones.
Desde el siglo XVI al XIX funcionaban en México centros psiquiátricos para la atención de la población. Pero con el tiempo, la población con problemas psiquiátricos fue en aumento y era necesario abrir un espacio para la demanda de pacientes y sobre todo hacer de este un espacio de estudio científico. No es de extrañar que sea durante el Porfiriato que se demandara la necesidad de un espacio en donde la ciencia fuera el punto principal, ya que el positivismo era la corriente que había llegado apenas al territorio mexicano.
Para 1910 el Manicomio General la Castañeda abre sus puertas para atender a pacientes alcohólicos, epilépticos, infecciosos y neuróticos en un mismo lugar. Esta fue una instalación psiquiátrica que tenía la intención de ser el reflejo de la modernidad. Un espacio para aquellas personas que tenían conductas que ponían en peligro la estabilidad social y que podían ser atendidas por especialistas que al mismo tiempo aprendían del mismo paciente nuevos tratamientos ante los síntomas presentados. Sin embargo, el hospedaje de muchos de los internos no siempre era necesaria. Muchas familias buscaban la manera de deshacerse del estigma de cargar con un enfermo y una de las formas más fáciles solía ser dejarlos encerrados, pero no desamparados.
En 1910 se consideraba que la población con problemas a tratar era más de 700. Las características del nuevo hospicio no solo abarcaban el tratamiento médico, sino el ambiental. El tratamiento médico estaba basado en la clasificación del paciente según los síntomas que presentara. Por lo tanto, se mantenía un sistema de diagnóstico del paciente, se le daba una terapia específica para su enfermedad, se realizaban investigaciones respecto al problema que se atendía y después se enseñaba del tema a los residentes, enfermeros o trabajadores del lugar, ya que en las mismas instalaciones se impartían clases. Los tratamientos podían ser desde el uso de fármacos en general, cirugías o el uso de choques eléctricos. De acuerdo a esto se les enviaba a un pabellón específico con personas de su condición médica, su sexo y si era indigente o pensionista. Alguna de las enfermedades que se atendían podían ser: retraso, senectud, parálisis, histeria, demencia esquizofrénica, psicosis alcohólica, neurosífilis entre otras.
Pero la arquitectura del edificio era parte del tratamiento, desde el orden administrativo, hospital, gimnasio, salones, bodegas, laboratorios, bibliotecas, pabellones y mortuorios hasta la plaza en donde, de acuerdo al modelo esquiroliano, debía estar a las faldas de una montaña y con una vista atractiva para que el paciente pudiera disfrutar y apreciar su entorno. Con la intención de que olvidara por un momento su encierro y pudiera recibir el agrado de la naturaleza que no los juzgaba como lo hacía la sociedad. Aunque no en todos los tratamientos era necesario que el paciente permaneciera internado, ya que no todas las enfermedades ponían en riesgo a la sociedad.
Pero lo que sería un símbolo de la modernidad sufrió las consecuencias del movimiento armado de la Revolución Mexicana. El cual provocó su inmersión en la miseria y hambruna general. La instalación que prometía crear grandes avances en los términos psiquiátrico para ayudar a sus pacientes tuvo un periodo de decadencia. Con el tiempo dejarían de recibir apoyo económico por parte de las grandes familias burguesas y el gobierno se haría cargo de la situación. Se empezó a dar atención pública y principalmente recogía a personas de la calle para ser atendida en sus instalaciones. A pesar de que seguía funcionando con apoyo del gobierno y con médicos de calidad nunca pudo recuperar el prestigio de sus años porfirianos. En sus últimos años se dedicaron a trasladar a los pacientes a otros hospitales psiquiátricos. Hasta que finalmente en 1968 la Castañeda cerró sus puertas al servicio de la psiquiatría.
Finalmente, es necesario aclarar que durante su funcionamiento varios de los pacientes lograron una notable recuperación. Muchos de ellos contaban con la posibilidad de llevar una vida normal junto con sus seres queridos mientras continuaran consumiendo sus medicinas. Sin embargo, los familiares no siempre estaban preparados para las recaídas, no querían hacerse cargo de los problemas que conllevaba su cuidado. La opinión pública los afectaba. En muchos casos brillar en sociedad implicaba mantener a un miembro de la familia en la oscura soledad.
Bibliografía:
Andrés Ríos Molina. “Locura y encierro psiquiátrico en México: El caso del manicomio La Castañeda, 1910”. En Línea http://www.scielo.org.co/pdf/antpo/n6/n6a05.pdf (Consultado el 4 de enero del 2020)
Cristina Sacristán. “La Clínica psiquiátrica en el pabellón central”. En línea: http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/687/687_04_03_CapituloPrimero.pdf (Consultado el 4 de enero del 2020).
Ríos Molina, Andrés; Cristina Sacristán; Teresa Ordorika Sacristán y Ximena López Carrillo (2016), “Los pacientes del Manicomio La Castañeda y sus diagnósticos. Una propuesta desde la historia cuantitativa (México, 1910-1968)”, Asclepio 68 (1): p136. doi: http://dx.doi.org/10.3989/asclepio.2016.15 (Consultado el 4 de enero del 2020