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Macario
Actualizado: 19 dic 2021
Por: Yaya Juárez

Hace algunos días tuve la oportunidad de visitar por primera vez un cementerio en la ciudad de Tijuana, rodeado de grandes cerros que a la luz de un día soleado se miraban imponentes y hermosos. Caminando entre lapidas viejas y nuevas se podía ver las fotografías de algunos de los difuntos, algunas parejas, hombres, mujeres y niños, la mayoría con flores de muchos colores, flores secas y otras eternas por el plástico. Es noviembre y México lo sabe muy bien, la celebración de todos los Santos y día de Muertos que nos permite darnos un respiro de la constante carrera en la que todos olvidamos que no importa el ritmo que uno lleve eventualmente terminaremos en el mismo lugar, en la nada. Frente a ese escenario colorido y nostálgico por el recuerdo de las personas que en algún momento habitaron esta tierra es inevitable no pensar en lo efímera que es la vida. Una película que retrata de manera bellísima e ingeniosa la muerte es Macario, novela de B. Traven y dirigida por Roberto Gavaldón de 1960 interpretada por el gran Ignacio López Tarso, Pina Pellicer y Enrique Lucero.
Macario interpretado por Ignacio López Tarso es un aldeano muy pobre que trabaja vendiendo leña en el pueblo junto con su esposa quien lava ropa a los hacendados del pueblo para poder ayudar a Macario a alimentar sus hijos. En la película podemos ver el cansancio de ambos al ser explotados por los patrones, llega la hora de comer y todos tienen hambre. Macario y su esposa ven como los niños devoran presurosos el poco caldo de frijoles que hay en la hoya, sin poder calmar el hambre de los niños ni el de ellos. Es día de muertos y el pueblo empieza a preparar los altares, hay algunos con grandes ofrendas, es decir, comida abundante, muchas velas y bellos adornos. Los hijos de Macario ven la comida de los altares y no pueden evitar salivar ante tanta comida y pensando en lo afortunados que son los difuntos “Todo eso se van a comer los muertos” dice asombrado el más pequeño, a lo que la hermana le contesta “aquí solo comen los muertos ricos, en nuestra ofrenda comen nuestros muertos” y con aire de decepción el niño dice “Uuy mejor ni vengo”. Macario está haciendo sus entregas cuando en la cocina de su patrón ve un jugoso guajolote carnoso y jugoso, no puede quitar los ojos de encima, sus labios empiezan a abrirse y tratando de contener la saliva que empieza poco a poco a derramarse. Sigue con atención sin perder su mirada en los guajolotes del festejo del pueblo y de pronto algo se cruza en su camino, la familia. Lo traen de vuelta a la realidad, a su hambre y pobreza. Regresan a su choza y Macario solo puede pensar en una cosa, el guajolote. Llega el día siguiente y es hora de comer, Macario ve los platos de frijoles y tortillas con decepción y un poco de enojo, le dice a su esposa que entregue su porción a sus hijos, no piensa comer nada hasta que no pueda comerse un guajolote, un guajolote para el solo.
La esposa ve a Macario triste y aguantarse el hambre por lo que decide robarle un guajolote a su patrona, lo prepara y le da la sorpresa a Macario antes de irse a trabajar. Le dice que ella sabe lo que es querer algo para uno mismo y le pide que vaya al campo a comer para que los niños no le pidan nada. Se retira y cuando esta solo se dispone a comer cuando a lo lejos aparece un hombre (diablo) bien vestido. Le ofrece oro a cambio de un pedazo de guajolote, a lo cual Macario se niega. Decide alejarse, sigue caminando hasta encontrar otro lugar para poder comer, saca el guajolote y justo cuando está listo para dar una mordida a lo lejos ve a un hombre de blanco (Dios) quien también le pide un bocado. Macario le contesta “¿Tu señor? ¿Por qué? ese guajolote para ti no es nada, para mí lo es todo”. Dios desaparece y el sigue caminando, llega a otro lugar saca el guajolote y justo cuando dará un bocado se aparece otro hombre. Macario se percata que es la muerte, por lo que le invita la mitad, la muerte le mira intrigado preguntando porqué a él si le ofreció de su guajolote. Macario pensando en que iba a morir decidió darle la mitad a la muerte para tener un poco tiempo y así comerse al menos la mitad del guajolote. A cambio de su gratitud la muerte le da agua milagrosa con la cual puede curar a todo enfermo, sin embargo, si la muerte se le presenta en la cabecera del enfermo debe morir. A través de la historia podemos ver a Macario curando enfermos y posteriormente haciendo un negocio con ello logrando riquezas, sin embargo, el doctor del pueblo al sentirse despachado por las personas lo acusa de brujería, la santa inquisición le condena y le ponen como condición salvar al hijo de virrey que está enfermo a cambio de la hoguera. Macario no puede salvarlo ya que la muerte lo reclama e intenta huir escapando hacia el monte, ahí se encuentra nuevamente con la muerte a quien le suplica que lo salve, la muerte le explica que hay un orden y leyes que no pueden romperse. Al final podemos ver a la esposa de Macario buscándolo junto con otros campesinos, lo encuentra tirado con sus mismos harapos allí donde alguna vez le ofreció de comer a la muerte y con un guajolote a medio comer.
El hambre, el trabajo y la muerte
Todos en algún momento de nuestras vidas podemos identificarnos con Macario, un hombre que pasa todo el día trabajando para poder sobrevivir pues como diría este personaje “nos pasamos la vida muriéndonos de hambre”, a pesar de que Macario pertenece a una época distinta a la nuestra no se aleja mucho de esa sensación de cansancio, pesadez e impotencia de muchos de nosotros, los obreros.
A pesar de la ilusión de que trabajamos para ser exitosos, comprar artilugios brillosos y obsoletos que nos llenan de ego y permiten comprar una personalidad de mercado sabemos que necesitamos trabajar para comer y mantenernos con vida, después de todo podemos reconstruir la frase popular “el hambre mueve al mundo”. Y no quiero decir que trabajar sea algo malo (aunque es debatible) sino en palabras de la filósofa francesa Simone Wells quien se encargó de analizar el trabajo de los obreros en las fábricas nos dice que al obrero no se le permite comprender la relación que hay entre el esfuerzo de su trabajo y su finalidad, además, no hay una relación entre su trabajo y su salario. El trabajador a pesar de la revolución industrial y el desarrollo de la ciencia no ha permitido hacer más libre al hombre, pues a pesar de tener maquinaria inteligente quien sigue realizando el trabajo autómata somos nosotros. Para Well el domino de la ciencia ha sido también ha sido el dominio social, pensemos en las herramientas de trabajo que utiliza usted actualmente y pensemos si nos ha hecho más libres o más ricos, cuando hoy en día se trabaja más que en la época feudal. Ahora, pensemos en que debemos trabajar toda la vida porque necesariamente debemos comer para poder vivir y trabajar para comer (¡vaya trampa!). ¿Pero el hombre solo trabaja para comer? O ¿trabajamos para satisfacer nuestros deseos? ¿Qué deseamos alcanzar? Trabajamos para satisfacer los deseos que la sociedad nos dicta y que nos señala como realización. La sociedad occidental ve al trabajo como algo dignificante, es bien visto gastar nuestra energía y salud con tal de adquirir símbolos de status, cada día hay algo más en que gastar y que promete hacernos más felices si gastamos lo suficiente. Lo triste es que somos incapaces de disfrutar, cuando creemos haber saciado un deseo sale a la siguiente semana uno nuevo y buscamos hacernos más ricos para así disfrutar más de esta vida. ¿Pero realmente sabemos disfrutar? Me gusta la idea del filósofo Alan Watts “Nada satisface al individuo que es profundamente incapaz de gozar” (Watts, Alan. 1972. El libro del Tabú) Pues al final hasta nuestros mejores esfuerzos serán nada frente a la muerte, lo único que nos queda es disfrutar y enriquecernos de la experiencia de este pequeño presente sin que deba tener un propósito, ese es el propósito.