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Reflexiones sobre mi condición de mujer. Hacia una pedagogía feminista.

Actualizado: 10 sept 2020

Autor: Alethia Montalvo

Hasta el día de hoy tengo un recuerdo doloroso sobre mi niñez. Si no mal recuerdo tenía entre seis o siete años. Recuerdo la cocina, mis juguetes en el suelo, mi papá jalándome del brazo, arrastrándome a la cocina, gritándome que desde ahora tenía que aprender a cocinar, lavar, planchar, limpiar… en fin, todo lo relativo a lo que hacen “las viejas”. Me ordenó a que ayudara a mi mamá en los quehaceres del hogar, que esa casa no tenía que estar sucia y descuidada, y que si ella se quejaba con él de las tantas tareas acumuladas y por hacer, ya me las vería.

En ese momento comprendí que ya no era una niña, sino que me estaba convirtiéndome en lo que creía era una mujer. Mis juegos se acortaron, tenía la obligación de aprender a realizar todas esas tareas de servicio, limpieza y de cuidado en el hogar. Ahora comprendo a mi mamá quien al trabajar como hormiguita, tanto fuera como dentro del hogar, sólo quería pedirle a su pareja un poco de consideración, de ayuda en la casa. Que ensuciara menos, que lavara sus platos, que debes en cuando atendiera al chamaco y las chamacas que estaban solos en casa, pero mi papá endurecido por la situación de pobreza en la que estábamos y socializado en la cultura patriarcal creía que los roles provistos por la división sexual del trabajo era una verdad inamovible, que no había razón para cuestionarlo. Al final de cuentas la biología era destino, esos asuntos domésticos son exclusivos de las mujeres. Así lo quiso Dios, por eso las maldijo, por “Eva”.

Aún recuerdo esos días con malestar; se me comprime el corazón, siento un nudo en la garganta y mis mejillas se encienden. Por mucho tiempo no lograba ni acercarme a la cocina sin que me doliera la tripa, pero gracias al apoyo de mi mamá y de otras compañeras me reconcilié con ese espacio. Ahora cocino para mí y de vez en cuando invito a otras y a otros a probar mis primeros guisos. Sin embargo, reconozco que esa experiencia la comparto con otras mujeres.

Mujeres que tenemos memoria. Que no olvidamos. Que siempre está latente el ser vistas y tratadas desde la marca sexual y doméstica. Que encarnamos y vivimos cotidianamente violencia. Una violencia estructural, histórica, continua, sistémica que compartimos con nuestras madres, abuelas, bisabuelas, tatarabuelas y demás genealogías de mujeres que llevamos en la espalda. Que nos educan para estar confinadas a la pasividad, al servicio de otros, a que no cuestionemos las jerarquías y ordenes de poder. Que nuestros cuerpos son territorios de conquista: somos usadas, humilladas, desechadas, amedrentadas, violadas, torturadas y asesinadas.

Ya lo decía Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo que un ingrediente presenten en el camino para el auto amor y la libertad de las mujeres como colectivo es la necesidad de educar a las niñas en la independencia emocional, física y material, no dejar que vivan para complacer y consentir. Pues en ocasiones esos comportamientos suceden en nuestra vida diaria sin la necesidad de ser esposas o madres biológicas, comienza y se activa generalmente cuando un padre, un profesor, un hermano o una estructura social le recuerda a las niñas que su destino es ser madre y cuidar a todos los seres que la rodean, que debe de poner sus intereses y deseos en segundo plano, pues en primer lugar están las necesidades de los seres amados. El sacrificio y la complacencia son exigencias para las mujeres en una sociedad machista como la nuestra.

Estoy convenida que un ejercicio que se enuncia feminista debe mirar a las niñas y niños y diseñar herramientas educativas que nos permita cuestionar y repensarnos fuera de los roles tradicionales de género con los que se nos ha tratado de encasillar a mujeres y a hombres. Creo que necesitamos estrategias de acción pedagógica encaminadas especialmente a las niñas, en las que se les recuerde que pueden soñar, jugar y correr, que pueden ser lo que ellas quieran. Acrecentar el carácter, la autoestima, la autonomía y la liberta de las niñas.


BIBLIOGRAFÍA

Beauvoir, Simone (1989). El segundo sexo. 2 La experiencia vivida, Madrid, España: Alianza Editorial, Siglo Veinte.

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